Como bien argumenta Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, en los últimos 20 años hemos cambiado más que en dos milenios. Y, a juzgar por lo que algunos profetas sugieren, puede que la dinámica futura reduzca todavía más esa regla de tres.
Aquella exuberancia optimista por la tecnología al filo del cambio de siglo se convirtió en distopía después de que el poder hiciera uso de la misma para forzar cambios políticos oscuros y, sobre todo, generar nuevos paradigmas de explotación tras haber arrasado las estructuras económicas e infinidad de modelos de negocio en todos los ámbitos. Así, la euforia degeneró en temor y el algoritmo se convirtió en un tótem con tintes malignos que jugaba con nuestros gustos, aficiones y, por supuesto, hábitos de consumo: nos habíamos convertido en marionetas que se mueven a su capricho. Afectaba a la organización, a la gestión, era pura inteligencia artificial con tentáculos en los aspectos productivos y sociales.
Cuando ya dominaba, por parte de las grandes tecnológicas y las de otros sectores que se adaptaron, nuestros hábitos, nuestros modos de vida, en un estadio avanzado de desarrollo de la misma, llegó otro nivel: el de la IA generativa, es decir, la que por sí misma, utilizando los datos que alimentan sus sistemas, puede llegar a crear.
El poder de crear
Crear. Deténganse en el verbo. Y ahora en el sustantivo: la creación. Hablamos de la base de la cultura. No existe una palabra que cuadre mejor, que hermane mejor con ella. Por tanto, desde que las diferentes corporaciones tecnológicas anunciaron y lanzaron sus productos capaces de generar, inventar, de crear, insistimos en el término, el mundo de la cultura en todos sus ámbitos comenzó a temblar. La sustitución del hombre por las máquinas en ese sentido es ya una realidad.
El presente estadio de la tecnología amenaza a un aspecto primordial, pilar de este mundo. Ahora sí: las máquinas pueden crear… obras literarias, plásticas, guiones, canciones, sinfonías… ¿Serán mejores? Más baratas, desde luego. ¿Deben cobrar las máquinas derechos de autor? Además de las nuevas normativas ya aprobadas a nivel europeo y una guía práctica lanzada por el Ministerio de Cultura que acota claramente ciertos ámbitos en los que tiene capacidad de decisión, he ahí la primera estrategia de las organizaciones del sector para desafiar a la IA generativa.
Si nos centramos en los campos de la literatura, la música o las artes audiovisuales, observamos que diversas herramientas tecnológicas están ya instaladas en los métodos de trabajo sin mayores problemas. Es más, como avances bienvenidos que ahorran tiempo y dinero y agilizan de manera considerable distintas fases de la creación.
A la hora de presentar un proyecto ya es una herramienta absolutamente implantada. En la elaboración de los guiones ayudan ciertas aplicaciones
Simón Casal, cineasta
En el ámbito del libro, la tecnología ya juega un papel primordial en la elaboración de contratos, el marketing, el diseño de portadas. Javier Celaya, editor de Dosdoce y asesor de varios grupos editoriales en materia de nuevas tecnologías, asegura que, hasta el momento, “las herramientas han venido a complementar pero no a sustituir el trabajo humano”.
En algunos aspectos del mundo editorial se han convertido en determinantes. La traducción, por ejemplo, como apunta Celaya, pero también Antonio María Ávila, director del Gremio de Editores de España. “Ya se viene utilizando como herramienta hace años”, asegura el representante del sector. “En eso aportan un ahorro de tiempo considerable. El 80% de las traducciones se elaboran con un primer texto volcado directamente en programas de traducción al que luego se somete a una edición y perfeccionamiento adecuado para ser publicado”, asegura Celaya.
Pero el nuevo paso adelante de la IA generativa representa un reto en la creación: “Ya se han empezado a elaborar obras de géneros con patrones claros, como la novela romántica o el thriller”, dice el editor e impulsor en el ámbito español de diversas plataformas de audiolibros.
En ese campo, sí se prevén amenazas que también podemos extrapolar al terreno audiovisual. “Me atrevo a pronosticar que, de aquí a cinco años, el 80% del contenido será producido por voces sintéticas. La voz humana se reservará para lanzamientos especiales que se quieran cuidar con voces de actores reconocibles”, señala Celaya. Pero eso también representará una oportunidad para miles de títulos en los que ahora no se invierte para ser lanzados en formato audiolibro. “Al reducirse los costes, esos títulos tendrán la oportunidad de convertirse en historias contadas por una voz”.
Esa cuota de mercado sube el doble entre el público menor de 30 años: representa un 13% frente al 7% restante de más edad. La expansión del mismo gana terreno. En EE UU, un gran número de editoriales norteamericanas de contenido en inglés ha empezado a probar con obras en español. Todo un reto para un mercado que mueve 2.000 millones de dólares.
Hasta ahora, en todo lo que tiene que ver con la organización y selección de libros a contratar, el algoritmo también ha jugado su papel. Antes de crear, la tecnología ya desarrollaba con fines comerciales un aspecto puramente ligado a los profesionales: el criterio. La clave era discernir qué tipo de criterio prevalecía en sus cálculos y en qué medida afectaba a la pluralidad.
Ahora, se libra otra batalla. La cuestión es si llega tarde o a tiempo, una vez varios productos han quedado a disposición del mercado. Los derechos de autor son un verdadero caballo de batalla en la edición. Al nivel del mundo audiovisual, como ha puesto de manifiesto la última huelga de guionistas en Hollywood y la música. Hasta el momento, las máquinas capaces de crear han sido alimentadas con patrones y datos previamente inventados por otros autores. “La ley norteamericana permite su uso, si este se da con fines educativos. Para los comerciales, el autor debe especificar si da su licencia o no”, dice Celaya.
Hasta ahora, toda esa información antes creada por artistas ha servido de entrenamiento para la máquina, sostiene Ávila. “Pero lo han hecho sin permiso. Es algo que la ley europea pone de manifiesto. ¿Qué protección jurídica vamos a otorgar a la creación humana?”, se pregunta el director del Gremio de Editores. A su juicio, es un dilema no resuelto en las principales y recientes normas en vigor.
La piratería, aún en la memoria
Exactamente lo mismo ocurre con la música, según Cristina Perpiñá-Robert, directora general de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). “La irrupción de la IA generativa ha causado verdadera alarma entre los compositores e intérpretes. Miedo, diría”. En ese ámbito, diversas herramientas han sido habituales y han pasado a formar parte del proceso creativo. Pero, con la capacidad de las máquinas de componer y crear, en un negocio donde la tecnología arrasó primero sus estructuras económicas con la piratería, el temblor continúa. Los músicos han recibido la revolución tecnológica en el negocio como un trauma. Y ahora, se enfrentan a otro capítulo. “No conocemos el alcance y debemos afrontarlo con cautela”, dice la directiva.
Por lo pronto, la materia de derechos es la prioridad. Se han puesto a trabajar en colaboración con otras entidades de gestión como la GESAC (Grupo de Sociedades Europeas de Autores y Compositores), equivalente a la SGAE en el ámbito continental. “Buscamos estrategias comunes para negociar las licencias y también estará organizada de cara a la Unión Europea”. Son conscientes del retraso: “Hemos llegado tarde porque están en el mercado, pero ya, desde varios ámbitos, se exige transparencia a las empresas tecnológicas a la hora de especificar cómo han alimentado sus fuentes”, afirma Perpiñá-Robert. Transparencia… Una palabra con la que las grandes compañías de alta tecnología no mantienen una relación saludable. Otro frente se abre a la hora de evitar mercados paralelos de obras generadas por ordenador. “Estas saldrían más baratas y amenazan con desplazar al compositor del negocio”, añade.
Todas esas variantes han sido consideradas como prioridad en el Ministerio de Cultura que lidera Ernest Urtasun para elaborar la guía presentada el pasado mes de febrero. Ha sido su primera iniciativa, pero buscan, aseguran fuentes del departamento, ser pioneros a nivel europeo en ese ámbito. Pretenden crear, a través de la Oficina de Propiedad Intelectual, un informe sobre qué normativa deben desarrollar. Para empezar, en la guía establecen límites en los terrenos que les atañen. Por ejemplo, no podrán presentarse a premios nacionales que otorgue el Estado las obras generadas por IA. Lo mismo establecen para el encargo de piezas creativas y a la hora de conceder subvenciones. Terreno vedado, por tanto, en gran parte, dentro del ámbito público.
La vida imita al arte. La literatura lo sabe. El cine, también. De ahí que todo este mundo haya sido ya perfilado previamente en su propio género: la ciencia ficción. Los maestros del género en la literatura nos lo han descrito y las películas nos lo han mostrado. Así lo ha hecho el cineasta Simón Casal en obras como Justicia artificial, en la que aborda, como hizo previamente en un documental del mismo título, la aprobación de un sistema de tribunales que prescinde de los jueces.
Casal asegura que la tecnología es ya fundamental dentro del cine en los procesos de preproducción y postproducción: “Para empezar, a la hora de presentar un proyecto, ya es una herramienta absolutamente implantada. En la elaboración de los guiones, ayudan ciertas aplicaciones. Pero también, ahora, con la generativa, los guionistas son el primer punto débil del sector”. La huelga de Hollywood entre mayo y septiembre de 2023 lo puso de manifiesto. Fueron 148 días de paro para detener, entre otras cosas, la utilización de IA en los procesos creativos.
La amenaza, de todas formas, continua en ese sentido. Pero a la creación artificial, por el momento, le falta una buena formación. Tiene datos, pero una técnica y unos recursos creativos bastante pobres. “Lo que generan es malo, directamente, cursi y previsible, plagado de lugares comunes”, asegura Casal.
El proceso de montaje también utiliza herramientas. “En ese campo es bueno porque acelera los procesos”. Ahí, bien, pero lo que menos convence al cineasta de la utilización actual de herramientas, algoritmos y generación de contenido es lo que estas pueden afectar a la exhibición de contenidos: “El riesgo de homogeneización y de rechazo a obras que no han sido aprobadas por el criterio masivo. Que los caminos de creación más arriesgados no encuentren hueco, ni una oportunidad, ningún espacio”.
Autores y editores frente al desafío
La Sociedad General de Autores y Editores (SGAE, página siguiente), celebró en marzo un congreso internacional sobre el impacto de la IA generativa. “Gozamos de un sector robusto que nos convierte en una potencia cultural mundial. Ese esfuerzo, todos esos puestos de trabajo, no pueden desaparecer por la aparición de una IA no regulada”, expuso Mariano de Paco Serrano, consejero de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad Autónoma de Madrid.
“Las máquinas no pueden ni deben reemplazar nunca a los autores. Da igual lo inteligentes, baratas y autónomas que sean estas máquinas. Los europeos no podemos consentir eso”, defendió, en el congreso internacional celebrado por la SGAE, Leonardo Cervera Navas, el Secretario General del Supervisor Europeo de Protección de Datos.