Mi imperio romano son los nuevos césares, los de Silicon Valley: Altman, Zuckerberg, Musk, Bezos. No les gusta el control de los senadores y demandan todo el poder para sí mismos. Ya no es ni siquiera una metáfora: el miércoles por la noche, en la presentación de los nuevos productos de Meta, Mark Zuckerberg llevaba una camiseta que decía en latín: “Aut Zuck, aut nihil”. Significa “o Zuck o nada” y es un juego con el original latino que se entiende solo: “O César o nada”. En su fiesta de 40 cumpleaños, se dejó ver con otra camiseta con el lema “Cartagho delenda est”, la famosa locución latina de Catón el Viejo. Aquel reclamaba arrasar a su rival mediterráneo, el césar Zuck se refería a sus competidores por la atención digital. Es una broma, claro, pero hay muchas bromas y ha elegido esa.
El jefe de Meta advirtió orgulloso hace dos semanas que para él y su empresa se habían acabado los tiempos de pedir perdón, esa imagen que le persiguió durante años, disculpándose ante los políticos estadounidenses por los innumerables problemas que han surgido de la gestión de su imperio de redes sociales: desinformación, mala salud mental de las menores, campañas adulteradas, etc. Así que la próxima vez que Naciones Unidas diga que sus productos han sido esenciales para perpetrar una limpieza étnica (como sucedió con los rohinyá en Myanmar) a Zuckerberg que no le molesten, que él ya ha superado esa fase de su vida.
Mientras él lucía su lema cesariano, el nuevo emperador de Silicon Valley, Sam Altman, se quedaba finalmente solo. Mira Murati, directora tecnológica de OpenAI, se despedía de la compañía que se ha convertido en símbolo de la era de la inteligencia artificial generativa con ChatGPT. Murati y otros dos directivos se van ahora que Altman ha conseguido que la empresa deje de ser una organización sin ánimo de lucro y empiece a comportarse como una big tech convencional, sumergida en una voraz ronda de financiación para captar 6.500 millones de dólares. En su análisis para The Atlantic, la especialista Karen Hao resume bien el significado de estos movimientos: “Por primera vez, la estructura pública y de liderazgo de OpenAI son un simple reflejo honesto de lo que ha sido la empresa: la voluntad de una sola persona. Solo Sam”. Sam solo, al frente de una compañía líder en un sector estratégico, meses después de que le echaran de allí por no fiarse un pelo de él ni de su promesa de vigilar los riesgos de las máquinas inteligentes desbocadas.
Altman, además, decía una y otra vez que no le interesaba el dinero, que todo lo hacía por el bien de la humanidad. Pero con este giro de timón, le pueden llover unos 9.500 millones de euros, el 7% del actual valor de la empresa: 134.000 millones. No es el único haciendo caja: su apuesta por la inteligencia artificial ha multiplicado el dinero en el bolsillo de Zuckerberg: ha ganado 65.000 millones este año y ha entrado en el club de los 200 billion (miles de millones de dólares), junto a Jeff Bezos y Elon Musk, según Bloomberg.
El líder de ese ránking, Musk, también tiene vocación de Nerón (o mejor, de Lucio Aurelio Cómodo, por retar a un combate tipo gladiator a Zuckerberg). Como tantos tecnobros de extremo centro, admitió que piensa todos los días en el Imperio Romano, lo que provocó la carcajada de la historiadora Mary Beard, que pidió que nadie haga caso a nada de lo que pueda decir Musk sobre los romanos. Sabíamos de las simpatías de Musk por el neofascismo italiano —quién me devuelve a mí la mañana de sábado que pasé escuchándole en la conferencia del partido de Giorgia Meloni—, pero una investigación del New York Times ha destapado un ramalazo digno del paranoico Domiciano. Musk, que alguna vez estuvo flanqueado por dos guardaespaldas, ahora viaja con una guardia pretoriana, un equipo de 20 guardaespaldas que opera como el que protege a un jefe de Estado. Según ese reportaje, el empresario se ha vuelto más temeroso y aislado, mientras exagera la gravedad de las amenazas que recibe: “Se ha atrincherado cada vez más tras una creciente falange de guardaespaldas armados a medida que se ha vuelto más rico, más famoso y más locuaz”.
A Musk tampoco le gusta el control de la República. Ha anunciado que demandará al regulador aeroespacial estadounidense, el único organismo que le pide papeles para ir al espacio, porque le tienen manía y le hacen lawfare. Y para sacudirse regulaciones, se ha convertido en el principal valedor de Trump, otro Calígula. Zuckerberg también se ha acercado a Trump, a quien llamó para disculparse (con Trump no se ha cansado de pedir perdón) cuando se borraron publicaciones de Facebook sobre su intento de asesinato. El jefe de Meta no quiere caerle mal a los republicanos, que le acusan de ser proizquierda, así que les hace la pelota (ha contratado al estratega republicano Brian Baker para mejorar su relación con los medios y políticos de derechas) mientras corta toda colaboración con ONGs que le puedan hacer parecer progre. Pero lo más preocupante es que, para ello, ha reducido en Meta la cantidad de empleados dedicados a vigilar problemas en los comicios, disolvió el equipo de integridad electoral y eliminó las herramientas de transparencia que periodistas e investigadores utilizaban para monitorear esas páginas.
Si alguien sabe de emperadores romanos es Mary Beard, a quien preguntaron en XL Semanal por estos magnates y dijo: “Nos cuesta ver que esta élite digital tiene un poder incontestable y que no rinde cuentas ante nadie. ¡Esto ni siquiera existía en Roma!”. O César o nada, no; o César o más que César.