Los fabricantes de bulos se aprovechan de la indignación para difundir mentiras en la red | Tecnología

La indignación vende. Quienes mueven los hilos de la desinformación en internet, quienquiera que sean, lo saben mejor que nadie y la utilizan a su favor para amplificar sus narrativas. El ejemplo más reciente en España, quizás, sea la dana que sumergió a Valencia hace algunas semanas. Las lecturas conspiranoicas, las mentiras y las teorías extremistas salpicaron todo internet y, por tanto, también la conversación pública más tangible. Pero no se trata de un fenómeno aislado. Un estudio publicado este jueves en la revista Science, evidencia que las publicaciones en redes sociales que contienen información falsa provocan más indignación que las que incluyen información fiable. Y es precisamente esa emoción la que facilita la difusión de mentiras por toda la red.

Para llegar a esta conclusión, Killian McLoughlin, estudiante de doctorado en psicología y política social en la Universidad de Princeton y autor principal de la investigación, analizó junto a su equipo más de un millón de enlaces en Facebook y 44.000 publicaciones en la red social X, clasificando las fuentes como confiables o desinformativas. Luego realizaron dos experimentos en los que midieron la indignación que generaban ciertos titulares de noticias —verdaderas y falsas— en 1.475 participantes. McLoughlin concluyó que “las personas pueden compartir información indignante sin comprobar su exactitud, porque compartir es una forma de señalar tu posición moral o pertenencia a ciertos grupos”. Y eso parece importar más que la verdad o la mentira.

A la luz de los resultados, Ramón Salaverría, catedrático de Periodismo en la Universidad de Navarra y coordinador del Observatorio Ibérico de Medios Digitales, asegura que “este estudio confirma con evidencias empíricas contundentes la hipótesis de que las emociones desempeñan un rol clave en los procesos de diseminación pública de la desinformación”. El experto, citado por el portal SMC España, cree que la principal novedad de este estudio es que “detecta que la indignación es específicamente la emoción clave en la activación de los procesos de difusión de falsedades”.

Sander Van Der Linden, director del Laboratorio de Toma de Decisiones Sociales de Cambridge, que no participó de la investigación, confirma que la indignación es una emoción muy intensa y negativa. “No creo que a la mayoría de las personas les guste experimentarla. Puede haber un sentido de indignación moral colectiva frente a eventos mundiales que puede resultar socialmente gratificante, pero, en términos generales, no es una emoción que la gente persiga”.

Entonces, ¿cuál es la recompensa? Van Der Linden aventura una hipótesis: “Los usuarios que comparten este tipo de noticias, falsas o verdaderas, buscan interacción, ya que conduce tanto a la validación social como a recompensas financieras en plataformas como X. Si produces contenido que genera mucha interacción, puedes monetizarlo, lo que crea incentivos perversos en las redes sociales”. El negocio de la indignación existe, impulsado muchas veces por la amplificación algorítmica de las propias plataformas.

Primero comparto, luego leo

Los investigadores también descubrieron que los usuarios son más propensos a compartir información falsa, que provoca indignación, sin leerla primero. Este hallazgo coincide con el de otro estudio publicado días atrás en la revista Nature Human Behavior. Un análisis de más de 35 millones de publicaciones con enlaces a noticias que circularon en la red social con mucha virulencia entre 2017 y 2020, arrojó que tres de cada cuatro usuarios los compartieron sin hacer clic ni leer su contenido. Es decir, si encontró este artículo en Facebook y está leyendo estas líneas, ha llegado mucho más lejos que el 75% de los usuarios.

Esta segunda investigación sugiere que la mayoría de los internautas se limita a leer titulares y notas breves sin involucrarse demasiado con la información. S. Shyman Sundar, codirector del Laboratorio de Investigación de Efectos de los Medios en Penn State y autor principal del estudio, menciona que siempre le ha preocupado lo fácil que los usuarios de las redes sociales confían en lo que ven circulando por allí. “En este proyecto, mis colaboradores y yo nos preguntamos si las personas siquiera leen, y muchos menos verifican, lo que comparten”, añade. La respuesta a su pregunta es categórica para la mayoría de los casos: no.


“Que el porcentaje de personas que comparten noticias sin leerlas fuera tan alto como un 75% nos impactó bastante”, apunta el investigador. Si bien los datos de este estudio se limitaron a Facebook, Shyman asegura que los patrones no deben ser diferentes en otras plataformas como X. “Lo que hemos descubierto es una tendencia psicológica, un patrón de comportamiento en línea que resulta de la función de compartir contenidos. Por lo tanto, mientras una plataforma ofrezca esta función, es probable que observemos resultados similares”.

Ahora bien, ¿por qué lo hacemos? Todos los especialistas consultados coinciden en que gran parte de la responsabilidad la tiene la sobrecarga informativa. “Somos bombardeados diariamente con información de todo tipo de medios a través de una variedad de dispositivos, lo que mina nuestra capacidad mental. Así es que economizamos nuestros recursos cognitivos recurriendo a atajos, como leer solo los titulares y presionar el botón de compartir de inmediato, sin pensar demasiado en las consecuencias de nuestras acciones”, aventura Shyman. Pero no debería tomarse tan a la ligera. Hoy difundir algo en redes sociales tiene el potencial de llegar a todas partes del mundo y causar un daño real. Sobran ejemplos.

Ana Sofía Cardenal, profesora en la Universitat Oberta de Catalunya, explica que los humanos tenemos dos sistemas de cognición, uno más rápido, intuitivo y automático; y otro más lento y reflexivo. “Como el segundo requiere más esfuerzo, lo utilizamos menos y solo cuando es necesario, es decir, cuando hay mucho en juego a la hora de tomar una decisión”, dice.

Procesos que se retroalimentan

Tanto la práctica de compartir en automático, sin leer, como difundir noticias falsas indignantes, alimenta la segregación ideológica y las burbujas de información. Para Cardenal, “lo que es más difícil de saber es qué causa qué. Es decir, cuánto contribuye la polarización a esta práctica, y cuánto esta práctica, a la polarización”. Y agrega: “Son procesos que se retroalimentan”.

Para Silvia Majó-Vázquez, investigadora asociada del Reuters Institute y profesora de la Universidad Libre de Ámsterdam, la práctica de compartir contenido sin leerlo tiene otro gran problema. Entre los académicos se lo conoce como snacking o picoteo informativo. Así lo explica: “Es común leer un titular y generarme la ilusión de que estoy informado y sé de qué van las cosas, por lo que creo que ya puedo tomar decisiones en el ámbito público”.

La solución a este problema parece estar lejos. Shyman sugiere que el primer paso deberían darlo las propias plataformas. “Las redes sociales deberían introducir fricción en sus interfaces, dificultando que las personas compartan contenido en sus redes”, dice. El experto señala que tanto Facebook como X “podrían incluir señales o advertencias en su diseño que hagan que los usuarios se detengan y reflexionen antes de proceder con el acto de compartir”. También sugiere que se incluya una alerta indicando que la persona que compartió el contenido lo hizo sin leer completamente la información. Otra estrategia global sería limitar la cantidad de contenido que una persona puede compartir. Algo como la función que implementó WhatsApp hace unos años en algunos mercados, que impedía reenviar un mensaje que ya había sido compartido demasiadas veces.

Cardenal, por su parte, cree que los poderes públicos deben cortar el problema de raíz “limitando a las plataformas”. Y Van Der Linden propone instaurar un sistema de puntajes de credibilidad o clasificaciones de confiabilidad que incentive a los usuarios a compartir contenido más confiable. “Cuando compartes desinformación y contenido extremista diseñado para provocar indignación, tu puntaje de credibilidad disminuiría”, dice, perjudicando esa validación social que muchos buscan.

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